A veces extraño cosas que hacía cuando era más chica, como por ejemplo recuerdo que, sin importar la hora, subía a mi terraza, me tiraba al suelo y miraba al cielo. Podía estar horas contando las estrellas, o buscándoles forma a las nubes, contemplando todo lo inmenso que era, encontrando la estrella más grande y tratando de ver cuál de todas brillaba más...
Y si alguien me preguntase cómo se podía parar el tiempo, yo le hubiera dicho que: “La única forma, para mí, sería esa: acostarse en el suelo, mirar hacia arriba, quedarse observando el cielo. Solo eso haría falta para que el tiempo se pare y no se tenga más noción de él...”
Porque para mí el cielo no es solo cielo, así como la luna no es solo un pedazo de roca, las lágrimas no son solo lágrimas y los suspiros no son solo suspiros...
El cielo era mi forma de parar el tiempo, de ver todo un poco mejor y dejar de sentirme sola. La luna, un pedacito de magia que todas las noches salía a hacerme compañía. Las lágrimas, agua de mar que se van al mar, de ahí van al cielo y caen como lluvia. Por eso es que nos hace sentir melancolía y nostalgia cuando llueve, y al mojarnos es como si nos besara nuestra propia tristeza y, en cierta forma, intentara darnos consuelo...
Y los suspiros eran aquellos besos no dados, aire que al aire va. ¿Nunca sentiste como si una pequeña brisa de viento tocara tu piel sin razón alguna? Bueno, eso es un suspiro: un beso de alguna persona que viajó para encontrarte...
Y así hay millones de cosas como estas que se fueron olvidando con el tiempo, se fueron dejando atrás... Yo crecí creyendo que las cosas eran de esta forma. Algunos pensarán que son cosas que se les dicen a los niños para darles imaginación y que es todo pura fantasía, pero yo siento que esas cosas “simples” para algunos, no son tan simples como pensamos; que todo tiene ese toque que lo hace especial, que todo pasa por un motivo y que nada, nada es porque sí.